Sí, estás leyendo bien, querida musa. Y es normal que esta pregunta te genere cierta curiosidad o incertidumbre porque una de las primeras cosas que nos dicen cuando escribimos es que tenemos que encontrar nuestra voz propia. Pero ¿qué pasa si no tenemos una? O peor: ¿y si no deseáramos adquirirla?
Hace unos meses, un poeta y señoro bastante soberbio (muchas de vosotras sabéis a quién me refiero) me dijo que, cuando se es joven, no se tiene una voz propia (claro, salvo él, que me comentó que la encontró a una temprana edad). Como si la voz, la voz de una, solo pudiera hallarse casi en el lecho de muerte.
Pero ¿cuándo deja una de ser calificada como joven?
¿Estamos perdidas acaso mientras nos hallamos en nuestra propia voz?
Divagaba el martes en todo esto con mis alumnos de escritura terapéutica cuando manaron varias ideas:
- Que no se tiene una voz propia, sino que se tienen muchas y estas dependen de nuestro estado de ánimo, nuestros anhelos y la etapa de la adultez en la que nos encontremos.
- Que es imposible tener, alguna vez, una voz propia, pues esta está modulada y empapada siempre por las voces ajenas. No necesariamente de los libros que leemos, sino también de las personas con las que conversamos.
Entonces, ¿por qué nos animan a perseguir algo que nunca vamos a tener y que depende de tantos factores externos? ¿Puede ser algo tomado como propio cuando se nutre de lo que acaece fuera de nuestra mente?
Yo creo que, cuando se habla de la voz, en realidad estamos haciendo más alusión al estilo. Está claro que, a veces, escribiremos en tonos más graves, otras más agudos. Que abordaremos y anhelaremos temáticas distintas. Que exploraremos diversos géneros literarios. Pero el estilo, el estilo de una, siempre estará ahí, ¿no? Y quiero pensar que este no se encuentra, sino que se tiene. Como cualquier habilidad innata de carácter sobresaliente. Solo hay que descubrirla y potenciarla, trabajarla, darle su forma.
En resumidas: ya nacemos con voz y por eso nos expresamos, pero esta no es solo una y mucho menos cien por cien de nuestra autoría porque nos calamos de otras tantas. De hecho, sería bonito —a modo de ejercicio de solidaridad, honestidad y empatía— compartir los libros que hemos leído mientras escribíamos los nuestros. Y no solo la música que nos ha acompañado en el proceso (ahora que está tan de moda el tema de las canciones).
Las letras ajenas abonan las propias mucho más que cualquier playlist.
Foto de portada por Sixteen Miles Out en Unsplash