«De noche [ya no puedo] escribir. Estoy tan reventada que solo soy capaz de escuchar un poco de música con una copa de brandy con agua», comentó Sylvia Plath en una lectura que tenía preparada para la BBC sobre el poemario Ariel, que nunca llegó a emitirse. Y recoge Tillie Olsen a raíz de este mismo fragmento en su libro Silencios: «No había quien detuviera el chorro sangriento de la poesía, para el que nunca quedaban fuerzas ni tiempo, salvo, quizá, a esa hora azul anterior al llanto del bebé».
La escritura como abandono de una misma. Ese abandono como, paradójicamente, la salvación del alma. Solo quien escribe con devoción y entrega sabe de lo que hablo. He leído hace un rato en Instagram una cita: «Disfrutando al máximo los nueve minutos que tengo cada día entre que termino de trabajar y me duermo». Supongo que, para muchas escritoras, además de para Plath y para Olsen, esos nueve minutos fueron sacrificados en pro de la escritura.
Escoger entre dormir y escribir, entre aplicarse una crema y escribir, entre descansar y escribir, entre hacer ejercicio y escribir, entre respirar y… La escritura siempre vence. Es la eterna ganadora en la batalla de la vida porque, sin ella, la sangre no circula y también mueres. Resulta tentador, por ese motivo, anhelar y buscar esas horas azules anteriores no solo al llanto, sino a la rutina. Mientras el mundo duerme, alguien se levanta y, en silencio, saca su libreta y escribe casi a escondidas, como si temiera ser descubierta (algo peor: reclamada).
No soy madre, pero supongo que tiene que ser gratificante y frustrante a partes iguales que un individuo, un ser de tu linaje, requiera a tiempo completo tu atención y tu vida. ¿Cómo compaginar esta labor con el oficio de crear? ¿Cómo lo hacían las mujeres de antes? Eso sí era amor al arte: escribir en medio del arrastre de lo doméstico para parir un texto que, en la mayoría de las ocasiones, ni siquiera iba a ser publicado con su nombre.
No había genias porque no se les dio la opción, lo que había era putas amas. Y, desde aquí, mi máxima admiración. Pero ojalá no tuviera que admirarlas por ese sublime talento narrado en condiciones tan lamentables.
Foto de portada Freddy Castro en Unsplash
Patricia P. Picatoste
Querida, no sé como lo haces pero eres capaz de plasmar en tus letras sentimientos que comparto y que hago míos. Esta semana que ha sido un caos y que no he podido dedicarle a mi escritura el tiempo que me he venido dedicando meses atrás para sanarme, noto que me falta algo. Para mí la escritura es como la meditación: necesito cada día escribir una palabra, una frase, un texto enorme. Es el momento en que mi cerebro desconecta y reconecto conmigo misma. Yo que era un animal nocturno tampoco puedo escribir por las noches, pero leo antes de dormir. Por las mañanas si que intento de camino al trabajo plasmar mis pensamientos. Pero las mañanas dominicales es cuando encuentro la paz con mi taza de café y sentada ante mi mesa. Yo tampoco soy madre, pero espero que como ha estado haciendo mi chico hasta ahora, el día que lo sea me mantenga ese espacio para mí como yo lo tengo para él y sus hobbies.