
Querida musa,
Últimamente me he visto abrumada. La escritura es cuerpo y el mío se encuentra inmerso en una masa desapasionada, precisamente, por el sobrestímulo. No sé a dónde mirar, me cuesta concentrarme en una línea. Quiero rendirle tributo —este mes más que nunca— a las autoras (las de ahora y las de antes) y no sé cómo hacerlo con amor y decencia porque siento que, si no me concentro en lo que leo, les estoy faltando el respeto de alguna manera.
El exceso de creatividad también puede pausarnos.
Por eso es tan importante manejar lentamente la vida, cogiendo aire, soltándolo despacio, cerrando los ojos cada cierto tiempo (un pequeño descanso visual, como el tentempié que te tomas a media mañana). Es necesario también no realizar una actividad seguidamente de otra. No puedo ponerme a escribir si acabo de llegar de correr. No puedo coger un libro si tengo el teléfono al lado y, en su pantalla, la última conversación sin cerrar.
Si nos ponemos con algo, pongámonos solo con ese algo.
¿Sabes por qué me gusta la poesía? Porque su estructura me obliga a detenerme en cada página. Los versos se leen de forma más lenta que la prosa porque hay que tener cuidado con ellos. Su cuerpo es sexy, rítmico, rimbombante; pero su mente, su trasfondo, es profundo y complejo. ¿Cómo no enamorarse? Tardo mucho más en leerme una hoja de un poemario que una hoja de una novela (claro, depende de la novela). Y no lo hago solo porque el poema necesite analizarse, sino porque las letras exquisitas no se engullen ni se tragan a la fuerza, se mantienen en el paladar para degustar de forma pausada cada una de sus notas.
Así, solo así, se honra lo que se tiene delante y se hace la vida.
