Escribir es llegar al orgasmo

Últimamente no paro de escuchar en boca de escritores que les gustaría mucho más dedicarse a leer que a escribir porque lo pasan francamente mal escribiendo. Me los imagino aterrados ante el papel, muriendo en cada página, desangrándose en la tinta, suicidándose en el abismo de las palabras malditas. «Es una forma heroica de partir de este mundo», me digo.

He fantaseado mucho con mi muerte, es cierto, pero nunca me he vislumbrado haciéndolo mientras escribo. Para mí escribir es más que una necesidad, es goce. Supongo que me invade aquello que llaman «el ego del escritor». Todos los artistas lo tenemos en cierta medida. Lo que tengo claro es que seguiría escribiendo incluso en el caso de que no me leyera nadie (aunque no puedo negar que me agrada saber que alguien ha podido contemplarse en mis letras).

Por eso, no comprendo que un escritor, una persona que escribe, pueda afirmar que preferiría dedicarse a leer que a escribir. Ambas actividades son complementarias y necesarias. La una no existiría sin la otra. Y viceversa. ¿En serio se sufre tanto postrándose ante el papel y la tinta? A mí me produce sosiego. Siento que no me sano hasta que lo escribo, que no le doy forma a mis monstruos, que los humanizo, hasta que hago de ellos lo que se me antoja mientras los narro.

Escribir es deleite. También cura. Escuece, por supuesto, pero como la sal del océano en una tórrida tarde de amor estival. «Escribir es respirar, forma parte de mi estructura para mantenerme en pie. ¡No sé cómo se las arregla la gente para vivir sin escribir!», confesó Rosa Montero en una entrevista en «La Voz de Galicia». Y añadiría yo para finalizar: «¡No sé cómo hay gente que preferiría dedicarse a leer que a escribir!».

Foto de portada por Priscilla Du Preez en Unsplash

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